TEGUISE

Bienes Culturales: 44



Teguise tomó cuerpo de ciudad colonial en los albores de la edad moderna, hacia 1418, siendo la tercera urbe de canarias, al haber nacido después de Rubicón y Santa María de Betancuria. De esta manera, tomando como referencia el poblado aborigen de la Gran Aldea, el normando Maciot de Béthencourt fundó, siguiendo instrucciones precisas de su tio Jean de Béthencourt, Teguise. Un asentamiento que en la isla de Lanzarote estaba llamado a ser su capital desde los primeros tiempos y por ende su principal población. Para ello sacó el mejor partido posible a una serie de factores naturales que le eran muy favorables. Primero, está a los pies de una atalaya privilegiada que le permitía divisar una buena porción de la isla. Segundo, se encuentra resguardada de los vientos reinantes (alisios) por los complejos de Famara, Guatifay y Guanapay. Y tercero, su altitud favorecía el suministro de aguas para personas, ganado y el ruego de unas tierrras muy aptas para elo cultivo. A pesar de ello la promoción del lugar como núcleo de población definitivo se hizo de esèrar hasta pasada la primera mitad del siglo XVI, llegándose a consolidar una vez que se solventaron problemas legales y la aparición en la escena política canaria de la familia Herrera.

A partir de ese momento se conoció en la localidad un crecimiento rápido y espectacular en el que la arquitectura jugó  un papel trascendental para dar forma habitable al lugar. Así surgieron con la inmediatez oportuna templos, cenobios y casas particulares que hacían del lugar un punto especialmente atractivo para la piratería internacional. En tal sentido la historia de Teguise está marcada por los saqueos y las invasiones, por la construcción y reconstrucción de una Villa que tuvo la imperiosa necesidad de dotarse de un castillo, el de Santa Bárbara, en la montaña de Guanapay.

Teguise operó hasta bien entrado el siglo XVIII como una ciudad estado desde la cual se gobernaba una isla de señorío contando en su solar con la representación del Cabildo, del beneficio, y de la escribanía. Su arquitectura, la arquitectura que hoy contemplamos, no es más que un fiel reflejo de estas condiciones y la propuesta de un vecindario que consciente de su estatus social hacía de su casa un producto de prestigio ciudadano.

Teguise es, posiblemente, el centro histórico mejor conservado de Canarias, por cuanto no ha sufrido grandes alteraciones a lo largo de los siglos XIX y XX. La precaria situación económica vivida por este municipio en los orígenes de la modernidad y el impacto del descontento que le produjo la pérdida de la capitalidad insular en favor de Arrecife, tuvo como consecuencia un terrible enfriamiento de la economía local, perdiendo el tren de la renovación urbana y otros movimientos vanguardistas que de haber calado en la ciudad, hubiesen trastocado su originalidad.

El Neoclasicismo, verbigarcia, o el Eclecticismo, no llegaron con fuerza a la Villa y son contados los ejemplos presentes en la misma, quedando como marchamo la edificación autóctona de sesgo mudejarista en la que sobresalen las casas terreras y de dos plantas, con proliferación de ventanas de cuarterones, con cubiertas planas, y sin tejas árabes.

En la actualidad Teguise, y especialmente desde que el municipio conoce tiempos felices como consecuencia de la implantación en su término del subsector turístico, lucha denodadamente contra si misma por mantener inalterado el perfil de sus calles, convertidas, curiosamente, en un atractivo de primer orden dentro de la oferta cultural lanzaroteña. Así, un paseo por el Teguise del siglo XXI es lo más parecido que encontraremos en Canarias a la visita anacrónica a tiempos pasados, ya que la Villa se conserva con el sabor de lo verdaderamente antíguo.