Del Pregón de las Fiestas de San Benito Abad 1996 (D.Manuel Hernández González) Los campesinos constituyeron en el pasado el núcleo más numeroso de la población, aunque nunca se organizaron como gremios. No obstante tenían santos patrones protectores específicos desde la conquista. Desde el mismo siglo XVI San Benito es considerado como el santo protector de los agricultores. Ermitas bajo esa advocación y con esa finalidad fueros erigidas en La Laguna y la Orotava desde esa misma centuria. Al santo abad se le tributaban tres festividades anuales según rezan las ordenanzas del Cabildo Lagunero. La fiesta de San Benito constituía un evento festivo en el que se agradecía al santo su acción bienhechora sobre los sembrados. No es casual,por tanto, que su festividad principal fuera en la Pascua de Pentecostés, coincidiendo con la recolección, donde se ofrecía al santo los frutos de la tierra. La devoción al santo no podemos marginarla en una sociedad agraria de esos rituales intercesores. Rogativa, procesiones y conjuros eran los medios de que se velían los campesinos para impedir la expansión de las plagas, la continuación de la sequía o la fuerza de los temporales. Desde esa perspectiva San Benito se convierte en el protector eficaz, en el invocador constante ante las desgracias, como velador de la comunidad. Así, a mediados del siglo XVIII, ante una plaga de cigarra que destruía las cosechas, se realizó con él un conjuro en La Laguna. Salió su procesión con los clérigos y muchos campesinos y se fue al Lomo de Arriba con el Santo llevado en su trono por los labradores. Prosiguió hasta más allá del calvario, en San Lázaro. Allí, puesto frente a las cigarras, se hizo el conjuro por el sacerdote Isidoro Pestana, párroco de la Concepción lagunera. Se colocaba una cruz en lo alto del lugar y se exorcizaba a las langostas tal y como se tratase del mismo demonio. Se juntaban en tropas y procuraban espantarlas con tambores y otros instrumentos. El objetivo era provocar el máximo de ruido. Mientras tanto, jornaleros contratados para tal efecto, armados de azadones, se dispersaban en su búsqueda. Se recogía considerable número de ellas para emplearlas en la ceremonia, ya que ésta tenía como uno de sus requisitos el esparcir por el aire el animal dañino. San Benito fue el patrón de la comunidad campesina en Tenerife durante los siglos XVI y XVII. En el siglo XVIII San isidro, un santo madrileño hasta entonces desconocido, que se supone nacido en el siglo XI y que fue canonizado tardíamente en 1622, de patrón de Madrid pasa a ser de los agricoltores, hecho que no queda al margen del centralismo madrileño de la Corte. Un centralismo que tiene mucho que ver en la difusión de ese santo y en la decadencia de San Benito en la centuria de las Luces. En las sinodales del obispo Murga de 1629 no es una festividad que obliga a asistir a misa; un siglo después, en las de Dávila y Cárdenas de 1734, pasa a serlo con todo rango y es de obligatorio cumplimiento. Sus ermitas se construyen por doquier en todos los pueblos y pagos de raigambre agrícola de la Isla, alcanzando especial relieve la de San Isidro en el Rosario. Un triunfo consumado que se potencia en la centuria siguiente, en la que gana total protagonismo en las fiestas campesinas con las guirnaldas, las flores, las varas y los ajijides en sus procesiones, como evidencian en la Orotava.
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